La cruz de ceniza que se impone en la frente de los católicos marca el
inicio de un camino de penitencia que tiene como destino final la vida, la
resurrección. Y es que, si las prácticas penitenciales propias de la cuaresma
–como el ayuno, la abstinencia y los sacrificios– no provocan el cambio de vida
en el creyente, éstas pierden su verdadero sentido y se reducen a meras prácticas
rituales que se repiten cada año y que se realizan sólo “por cumplir”.
Origen de la costumbre
Antiguamente, los judíos acostumbraban cubrirse de ceniza cuando hacían
algún sacrificio como signo de su deseo de conversión y de pasar de su mala
vida a una vida con Dios. Y la Iglesia Católica asumió esta práctica en sus
primeros años de historia, pues al inicio, cuando alguna persona quería recibir
el Sacramento de la Reconciliación el Jueves Santo, se ponía ceniza en la
cabeza y se presentaba ante la comunidad con una vestidura penitencial, como
señal de su voluntad de convertirse.
Fue en el siglo IV cuando la Cuaresma adquirió un sentido penitencial para
todos los cristianos. Y desde el siglo XI la Iglesia de Roma acostumbra poner
las cenizas al iniciar los 40 días de penitencia y conversión.
Significado de la ceniza
La ceniza representa la fragilidad humana, la limitación del hombre y lo
pasajero de la vida. Significa que un día llegaremos a ser polvo. De ahí la
propuesta del arrepentimiento y del compromiso de cambio.
Algunos libros del Antiguo Testamento mencionan la ceniza como signo de
humillación, de arrepentimiento y de penitencia. Las personas colocaban su
rostro cerca de la tierra, se ponían ceniza en la cabeza y utilizaban una
vestimenta burda. En la actualidad, después de participar en la Misa, el
cristiano se coloca un poco de ceniza en la cabeza o se pone una cruz en la
frente, pero el sentido es el mismo.
Las cenizas que se utilizan se obtienen quemando las palmas usadas el
Domingo de Ramos del año anterior, lo cual nos recuerda que lo que fue signo de
gloria un día pronto se reduce a la nada.
Cuarenta días con sentido bíblico
El Miércoles de Ceniza marca el inicio de la Cuaresma. Son cuarenta días
que se distinguen por la oración, la penitencia, el ayuno, la abstinencia y las
obras de misericordia. Cuarenta días que los fieles de la Iglesia aprovechan anualmente
para retomar su camino conversión.
En la Biblia, el número cuarenta tiene un profundo
significado. El número cuatro simboliza el universo material, y seguido de
ceros significa el tiempo de nuestra vida en la tierra, que está marcada por
pruebas y dificultades. De ahí la importancia de los cuarenta días del diluvio,
de los cuarenta años de la marcha del pueblo judío por el desierto, de los
cuarenta días de Moisés y de Elías en la montaña y de los cuarenta días que
pasó Jesús en el desierto antes de iniciar su vida pública.
¿Qué es el Ayuno?
El ayuno es una disciplina espiritual por la que, de
manera voluntaria, la persona renuncia al consumo total o parcial de alimentos
por un tiempo definido con el propósito de lograr un autocontrol sobre los
deseos corporales y de abandonarse plenamente en Dios. Aunque también se puede
ayunar con los sentidos y de cualquier tipo de complacencias corporales, no
hemos de olvidar que el ayuno sincero debe estar unido a la conversión y a una
conducta moral de acuerdo al Evangelio.
El Derecho Canónico nos dice que todos los fieles, cada uno a su modo,
están obligados a hacer penitencia. Sin embargo, para que todos se unan en
alguna práctica común de penitencia, se han fijado ciertos días en los que se
dediquen de manera especial a la oración, se realicen obras de piedad y de caridad
y se nieguen a sí mismos.
¿Cuándo y cómo ayunar?
El ayuno y la abstinencia se guardan, especialmente,
el miércoles de Ceniza y el Viernes Santo. La abstinencia obliga a los que han
cumplido catorce años; la del ayuno, a todos los mayores de edad, hasta que
hayan cumplido cincuenta y nueve años.
Para los católicos, la práctica más común es ayunar
y abstenerse de carne el Miércoles de Ceniza, los Viernes de Cuaresma y el
Viernes Santo. El ayuno consiste en tomar algo ligero por la mañana y por la
noche y comer con austeridad a medio día. Algunos con mayor fuerza de voluntad
hacen ayuno completo, pero la Iglesia cuida que nunca se atente contra la propia
salud.