Una vez más los ojos del mundo están puestos en el Vaticano.
Dentro de unas horas iniciará el Cónclave, en el que 115 Cardenales elegirán al
sucesor de san Pedro.
Nunca un acontecimiento como éste había despertado tanto interés
en todos los rincones de la tierra. Tanto, que ya son casi cinco mil los
periodistas acreditados en la Oficina de Prensa de la Santa Sede.
En su información hemos visto de todo. Desde los comentarios
profundos y sensatos hasta aquéllos que rayan en la incoherencia. Parece que
algunos no han aprendido que en la Iglesia las cosas son diferentes.
El Papa no es sólo un Jefe de Estado. El Papa es el sucesor de
san Pedro. Por eso las preocupaciones de quien resulte electo no se reducen a hacer
una limpieza en la Curia Vaticana ni a renovar lo que a decir de muchos es
anticuado –léase celibato sacerdotal, uniones entre personas del mismo sexo o la
ordenación sacerdotal de mujeres, por mencionar algunos–.
Hoy, como hace dos mil años, la misión del Papa es la misma de
san Pedro: “apacentar las ovejas” y
confirmar la fe de sus hermanos. Es anunciar el auténtico Evangelio que los
Apóstoles recibieron de primera mano de Jesucristo.
Por eso el Cónclave es una cuestión de fe. No una corrupta jornada
electoral donde se vale de todo. De ahí que la lista de Cardenales “papables”
que nos ha presentado la prensa son sólo nombres escogidos con criterios
meramente humanos.
Los Católicos, desde la fe, acompañemos a los Cardenales con
la oración y esperemos a que el humo blanco nos anuncie que tenemos Papa,
confiando en que será un hombre de Dios, no un gerente, un administrador y
mucho menos alguien que haga de la religión una “cosa” que se adapte a las
necesidades de las mayorías.