El Vaticano ha demostrado al mundo que la unidad de los cristianos no es una utopía. Se trata de una realidad que con pasos lentos, pero seguros, se va haciendo posible.
Lo confirma el anuncio de la publicación próxima de una Constitución Apostólica, en la que se responde a las peticiones que grupos anglicanos –clérigos y fieles– han dirigido a la Santa Sede, externando el deseo de entrar en comunión plena y visible con la Iglesia Católica.
Así lo comunicaron a la prensa el pasado martes 20 de octubre el cardenal William Joseph Levada, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la fe, y el arzobispo Joseph Augustine Di Noia, secretario de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.
Habrá que esperar el documento completo para conocer a fondo las condiciones y los pormenores de este paso. Pero también será interesante seguir de cerca las reacciones, cuestionamientos e inconformidades de los “francotiradores” que suelen tener a la Iglesia en la mira.
Este logro es sin duda alguna fruto del diálogo ecuménico y de la acción del Espíritu, que asiste a la cabeza de la Iglesia y a sus colaboradores en su búsqueda por dar solución a las necesidades de nuestro tiempo sin caer en el relativismo.
Cierto que esta muestra de apertura y disposición por parte de los grupos anglicanos implicados, y de la misma Iglesia Católica, no cicatriza por completo la ruptura iniciada por Enrique VIII, Rey de Inglaterra, en el siglo XVI. Quedan muchas tareas pendientes para el diálogo ecuménico, con ésta y con otras iglesias históricas, pero sí asistimos a un signo visible e importante de la unidad por la que rezamos constantemente todos los cristianos.