La paz es un anhelo imborrable en el corazón de cada persona. La paz no es
solamente la ausencia de guerra. Es la convivencia de todos los ciudadanos en
una sociedad gobernada por la verdad y la justicia.
Los
cristianos creemos que Cristo es nuestra verdadera paz. En Cristo, Dios ha
reconciliado consigo al mundo y ha destruido las barreras que nos separaban a
unos de otros (cfr. Ef 2,14-18). En Cristo, hay una única familia
reconciliada en el amor.
Como
afirmaba Juan XXIII en la Pacem in Terris,
“La realización de la paz depende del reconocimiento de que en Dios, somos una
sola familia humana. Y se estructura mediante relaciones interpersonales e
instituciones apoyadas y animadas por un «nosotros» comunitario en el que se
reconocen los derechos y los deberes mutuos[1].
Por eso nos entristece la situación de nuestro País,
donde muchos viven sometidos por el miedo o la desconfianza al encontrarse
indefensos ante la amenaza de grupos criminales y, en algunos casos, también ante
la corrupción de algunas autoridades.
Nos entristece el olvido de la verdad, el desprecio de la dignidad humana,
la miseria y la desigualdad.
Nos entristece la pérdida del sentido de la vida, la falta de credibilidad
y la desconfianza.
Nos entristece la violencia, que como bien afirman nuestros Obispos, daña las relaciones humanas, genera desconfianza, lastima
a las personas, las envenena con el resentimiento, el miedo, la angustia y el
deseo de venganza; que además afecta la economía, la calidad de nuestra
democracia y altera la paz.
Sin embargo, inspirados en el Evangelio, vemos en esta
crisis un llamado para construir un país que valore la vida, la dignidad y los
derechos de cada persona, haciéndonos capaces de mirarnos y de tratarnos como
hermanos[2].
Todos somos parte de la solución, porque todos somos parte del problema. Ya
que muchas veces también en nuestras familias y comunidades permitimos la desigualdad,
la mentira, las faltas de respeto, la desconfianza, la violencia y el desorden.
Y estamos convencidos de que es precisamente ahí, en nuestras familias y
comunidades, donde podemos construir el mundo fraterno, justo y pacífico que
estamos pidiendo. Esa es nuestra fuerza, que sumada a la fuerza de los demás,
logrará que nuestra situación sea distinta.
Nos vemos urgidos, junto con los actores y responsables
de la vida nacional, a colaborar para superar las causas de esta crisis. Estamos
seguros de la necesidad de un orden institucional, de leyes y de administración
de justicia que generen confianza. Pero también es indispensable la
participación de todos nosotros para garantizar el bien común[3].
Que
Cristo encienda nuestras voluntades para derrumbar las barreras que nos dividen,
para estrechar los vínculos de la caridad, para fomentar la comprensión recíproca
y para saber perdonar.
Marcha
por la Paz, Puerto Vallarta, Jalisco.
Zona
Pastoral Costa Alegre, Diócesis de Tepic. 14 de diciembre 2014.
[1] Cfr. Benedicto XVI, Mensaje para la
Jornada Mundial por la Paz, 1 de enero 2012.
[3] Cfr. Obispos de México, http://www.cem.org.mx/contenido/487-basta-ya-mensaje-de-los-obispos-de-mexico-cem-paz-episcopado.html.
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