“Los dos Papas”, producción reciente de Netflix, nuevamente ha suscitado el diálogo y el debate en torno a la renuncia del papa Benedicto XVI y al Cónclave que concluyó con la elección del papa Francisco.
Este film, y las reacciones que ha provocado, son una muestra preocupante de nuestra realidad: por una parte –refiriéndome al productor– manifiesta que “cualquiera” puede presentar su interpretación de los acontecimientos como si fueran verdad y como si él fuera experto en el tema; y por otra –refiriéndome a los espectadores– se evidencia la poca capacidad de análisis para distinguir la ficción de la realidad y para consultar fuentes confiables antes de crearse una opinión.
En cuanto a la trama, lo primero que hay que afirmar es que “Los dos Papas” no es un documental ni una historia basada en la vida real.
El guión se apoya en “conversaciones imaginarias” entre el papa Benedicto XVI y el Cardenal Jorge Mario Bergoglio, entre los cónclaves de 2005 y 2013, repitiendo y reforzando una visión ideológica sobre la Iglesia Católica y sobre una supuesta tensión entre conservadurismo y progresismo, representada en ambos personajes. Pareciera que todo lo “malo” que se desea cambiar en la Iglesia está representado en Ratzinger y todo lo “positivo” en Bergoglio, pues Benedicto aparece como un hombre intransigente, tradicionalista, duro, implacable e incapaz de abrirse a lo nuevo, y Francisco es el comprensivo y misericordioso.
Sin embargo, quienes hemos tenido la posibilidad de leer y escuchar a Ratzinger, sabemos que es un hombre lleno de ternura y alegría, sencillo y promotor del diálogo, con una profunda vida espiritual y de una gran calidad humana, cuya pasión por actualizar el mensaje del Evangelio a nuestros tiempos fue uno de sus grandes méritos. Y Francisco, por su parte, continuó con la reforma iniciada por Benedicto.
Además, el productor parece no conocer las Cartas Apostólicas de Juan Pablo II y de Benedicto XVI que contienen las normas para elegir al nuevo papa, donde claramente se afirma que la elección es asunto de una mayoría, abierta a la acción del Espíritu Santo, y no el resultado de un acuerdo “en secreto” entre dos personas.
En una producción como ésta, la riqueza espiritual e intelectual de ambos pontífices hubiera sido ocasión para hacer un diálogo mucho más rico y lleno de profundidad, en lugar de hacer una caricatura de estos dos personajes polarizándolos.
No hay que olvidar que ambos son católicos y obispos de la misma Iglesia; por lo cual, aunque hay diferencias en el estilo, en la personalidad, en las acciones pastorales o en acentos teológicos, no hay diferencias en la doctrina.
Recordemos que ésta es una película, es decir, una historia de fantasía relatada para entretener a los espectadores.Si realmente queremos conocer a los dos Papas, lo mejor que podemos hacer es leerlos y descubrir la riqueza de cada uno, y no quedarnos con una película que refleja sólo el pensamiento de su productor y sobre la imagen que él tiene de la Iglesia, a la que se nota que no conoce a profundidad.
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