viernes, 22 de febrero de 2013

Humilde y valiente decisión del Papa



Con el anuncio de su renuncia, Benedicto XVI le ha dado al mundo una lección magistral de vida. No esperaba menos del profesor, intelectual y teólogo que se convirtió en Papa en aquel glorioso 19 de abril de 2005.
La humildad de reconocer sus limitaciones físicas como impedimento para seguir conduciendo a la Iglesia y la valentía para enfrentar las consecuencias de su decisión son una muestra de lucidez y coherencia, aunque para muchos de sus críticos sólo se trate de una decisión forzada por la crisis en la que se encuentra inmersa la Iglesia Católica.
Ya lo había insinuado
Si bien la noticia sorprendió al mundo, su renuncia es coherente con lo que él mismo había declarado en el año 2010 al periodista Peter Seewald, y que puede leerse en el libro-entrevista Luz del mundo: Si el Papa llega a reconocer con claridad que física, psíquica y mentalmente no puede ya con el encargo de su oficio, tiene el derecho y, en ciertas circunstancias, también el deber de renunciar”.
Decisión de acuerdo a la “Ley”
Es verdad que han sido pocos los papas que han renunciado a su cargo a lo largo de la historia, sin embargo el Derecho Canónico –es decir, la ley por la que se rige la Iglesia– contempla esta posibilidad siempre y cuando se trate de una decisión libre y consciente. Y vaya que la libertad y la consciencia son dos características demasiado obvias en la personalidad y estilo de Benedicto XVI.
Por eso los comentarios adversos y las interpretaciones aventuradas en lugar de ilustrar confunden. Quienes todo lo interpretan en clave política no han aprendido que en la Iglesia las cosas son distintas, y les cuesta trabajo entender que las verdaderas razones de la renuncia fueron expresadas por el mismo Papa el pasado 11 de febrero y confirmadas en su primera aparición pública después de su dimisión. Lo demás son elucubraciones sin fundamento.
La Iglesia se queda en buenas manos
El verdadero cristiano está consciente de que el auténtico guía de la Iglesia es Jesucristo, su fundador. El Papa es solamente su representante. Y que Benedicto XVI lo tenía claro desde el inicio de su pontificado no hay ni la menor duda. Aquí las palabras del primero de sus discursos como Sucesor de san Pedro: Queridos hermanos y hermanas: después del gran Papa Juan Pablo II, los señores cardenales me han elegido a mí, un simple y humilde trabajador de la viña del Señor. 

Me consuela el hecho de que el Señor sabe trabajar y actuar incluso con instrumentos insuficientes…”.
¿Por qué extrañarse entonces de que el humilde siervo del Señor quiera pasar sus últimos días en el anonimato, en la oración y en el estudio?
Agradezcamos las enseñanzas, los escritos y la sabiduría de Benedicto XVI; su testimonio de oración, su claridad y su valentía para conducir a la Iglesia aún en los momentos más críticos de los últimos años.
Probablemente hayamos asistido a la última enseñanza de Benedicto XVI. Pero estoy seguro de que Joseph Ratzinger todavía tiene mucho qué enseñarnos. Así sea desde el silencio de un claustro, donde pasará el resto de sus días.

Publicado en La Senda.

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