Con el anuncio de su renuncia, Benedicto XVI le ha dado al
mundo una lección magistral de vida. No esperaba menos del profesor, intelectual
y teólogo que se convirtió en Papa en aquel glorioso 19 de abril de 2005.
La humildad de reconocer sus limitaciones físicas como
impedimento para seguir conduciendo a la Iglesia y la valentía para enfrentar
las consecuencias de su decisión son una muestra de lucidez y coherencia, aunque
para muchos de sus críticos sólo se trate de una decisión forzada por la crisis
en la que se encuentra inmersa la Iglesia Católica.
Ya lo había insinuado
Si bien la noticia sorprendió al mundo, su renuncia es
coherente con lo que él mismo había declarado en el año 2010 al periodista
Peter Seewald, y que puede leerse en el libro-entrevista Luz del mundo: “Si
el Papa llega a reconocer con claridad que física, psíquica y mentalmente no
puede ya con el encargo de su oficio, tiene el derecho y, en ciertas circunstancias,
también el deber de renunciar”.
Decisión de acuerdo a la “Ley”
Es verdad que han sido pocos los papas que han renunciado a su cargo a lo
largo de la historia, sin embargo el Derecho Canónico –es decir, la ley por la
que se rige la Iglesia– contempla esta posibilidad siempre y cuando se trate de
una decisión libre y consciente. Y vaya que la libertad y la
consciencia son dos características demasiado obvias en la personalidad y
estilo de Benedicto XVI.
Por eso los comentarios adversos y las interpretaciones aventuradas en
lugar de ilustrar confunden. Quienes todo lo interpretan en clave política no
han aprendido que en la Iglesia las cosas son distintas, y les cuesta trabajo
entender que las verdaderas razones de la renuncia fueron expresadas por el mismo
Papa el pasado 11 de febrero y confirmadas en su primera aparición pública
después de su dimisión. Lo demás son elucubraciones sin fundamento.
La Iglesia se queda en buenas manos
El verdadero cristiano está consciente de que el auténtico guía de la
Iglesia es Jesucristo, su fundador. El Papa es solamente su representante. Y
que Benedicto XVI lo tenía claro desde el inicio de su pontificado no hay ni la
menor duda. Aquí las palabras del primero de sus discursos como Sucesor de san
Pedro: “Queridos
hermanos y hermanas: después del gran Papa Juan Pablo II, los señores
cardenales me han elegido a mí, un simple y humilde trabajador de la viña del
Señor.
Me consuela el hecho de que el Señor sabe trabajar y actuar incluso
con instrumentos insuficientes…”.
¿Por
qué extrañarse entonces de que el humilde siervo del Señor quiera pasar sus
últimos días en el anonimato, en la oración y en el estudio?
Agradezcamos
las enseñanzas, los escritos y la sabiduría de Benedicto XVI; su testimonio de
oración, su claridad y su valentía para conducir a la Iglesia aún en los
momentos más críticos de los últimos años.
Probablemente hayamos asistido a la última enseñanza de Benedicto XVI. Pero
estoy seguro de que Joseph Ratzinger todavía tiene mucho qué enseñarnos. Así
sea desde el silencio de un claustro, donde pasará el resto de sus días.
Publicado en La Senda.
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