Adán y Eva aparecen
en el libro del Génesis como representantes del ser humano, del hombre y la
mujer, cuya vida proviene de Dios.
De manera ingeniosa
y con estilo casi poético, el autor del Génesis plasma en el texto que Adán fue
creado del barro y, después de que Dios lo puso como administrador de todo lo
creado, le dio por compañera a Eva. Así que los dos, hombre y mujer, fueron creados
a imagen y semejanza de Dios.
En el principio
todo era bueno. El ser humano estaba en comunión con su Creador, consigo mismo
y con la creación entera. Pero engañado por el demonio, haciendo mal uso de su
libertad y queriendo ocupar el lugar de Dios, el hombre permitió que el pecado
entrara en el mundo.
Con el pecado, la
comunión quedó fracturada y el destino del ser humano cambió de rumbo. Pero
Dios, compasivo y misericordioso, hizo una alianza, y pronto se comprometió a
rescatar a la humanidad que se le había perdido.
En el principio
Génesis
es una palabra griega que significa: origen, principio. El primer libro de la
Biblia recibe ese nombre precisamente por su contenido. Ahí se narra el origen
del universo, del ser humano y del pueblo elegido por Dios.
El
libro del Génesis no puede ser considerado ni como un libro de ciencia, ni como
un libro estrictamente histórico. La intención de este libro es teológica. Esto
quiere decir que las imágenes y los personajes han de conducirnos a descubrir que
todo procede de Dios. Dios es el origen del universo y el creador del ser
humano.
El
texto que conocemos fue redactado en distintas etapas de la historia del pueblo
de Israel. A decir de los especialistas, se terminó de escribir cuando este
pueblo se encontraba exiliado en Babilonia, aproximadamente en el siglo V antes
de Cristo.
Todo era bueno
La
primera parte del Génesis relata que Dios lo hizo todo con orden, en armonía. Y
después de crear con su palabra “vio Dios que era bueno”. Todo lo que Dios crea
es bello y bueno porque está impregnado de sabiduría y de amor; la acción
creadora de Dios trae orden, introduce armonía, dona belleza.
Luego
continúa la creación del hombre y la mujer. Si para crear el universo bastó que
Dios usara sólo su palabra, cuando se relata la creación del ser humano Dios se
involucra con delicadeza, con ternura, con un cuidado especial. Además, después
de formarlo, le comparte un poco de lo suyo: su aliento, su soplo de vida. Y
cuando terminó de crear al hombre y a la mujer, no sólo vio que era bueno, sino
que “era muy bueno”.
Dios
formó al hombre con el polvo de la tierra. Esto significa que no somos Dios,
sino que somos tierra. Como afirmaba en cierta ocasión Benedicto XVI, significa
también que venimos de tierra buena, pues fuimos hechos por obra del Creador
bueno. Todos somos una única humanidad plasmada con la única tierra de Dios,
así que no existe diferencia de raza.
Una serpiente en el jardín
Junto
a Adán y Eva hay dos signos relevantes. El jardín con el árbol del conocimiento
del bien y del mal y la serpiente.
El
jardín nos dice que la realidad en la que Dios puso al ser humano no es una
foresta salvaje, sino un lugar que protege, que nutre y que sostiene; y el
hombre debe reconocer el mundo no como propiedad que se puede saquear o
explotar, sino como don del Creador, don que se ha de cultivar y custodiar, que
se debe hacer crecer y desarrollar en el respeto y la armonía.
La
serpiente es una figura que deriva de los cultos orientales de la fecundidad.
La Sagrada Escritura presenta la tentación que sufrieron Adán y Eva como el
núcleo de la tentación y del pecado. La serpiente no niega a Dios, pero insinúa
una pregunta tramposa: «¿Conque Dios les
ha dicho que no coman de ningún árbol del jardín?» (Gn 3, 2). De
este modo la serpiente suscita la sospecha de que la alianza con Dios es como
una cadena que ata, que priva de la libertad y de las cosas más bellas y
preciosas de la vida.
Una historia fracturada por el pecado
La
tentación consiste en querer construirse solos el mundo donde se vive, en no
aceptar los límites de ser creatura, los límites del bien y del mal, los
límites de la moralidad. De este modo, la dependencia del amor creador de Dios
se ve como un peso del que hay que liberarse.
Cando
se desvirtúa la relación con Dios, con una mentira, o poniéndose en su lugar,
todas las demás relaciones se ven alteradas. Entonces el otro se convierte en
un rival, en una amenaza: Adán, después de ceder a la tentación, acusa
inmediatamente a Eva; los dos se esconden de la mirada de aquel Dios con quien anteriormente
conversaban en amistad; el mundo ya no es el jardín donde se vive en armonía,
sino un lugar que se ha de explotar y en el cual se encubren insidias; la
envidia y el odio hacia el otro entran en el corazón del hombre: ejemplo de
ello es Caín, que mata a su hermano Abel.
Al
principio todo cuanto Dios había creado era bueno; después de esta libre
decisión del hombre a favor de la mentira, el mal entra en el mundo y genera
destrucción y muerte.
Abraham: el intento de reconstruir la historia
La primera parte de la historia bíblica, hasta antes del capítulo tres
del Génesis, es una historia de salvación. Pero a partir del pecado, desde el
capítulo 3 hasta el capítulo 11, pareciera que esta historia se convierte en
historia de maldición, en noche oscura y en callejón sin salida para el ser
humano.
Pero a partir del capítulo 12, donde se narra la historia de Abraham y
de los patriarcas, se plasma por escrito que Dios siempre abre una ventana de
bendición y de futuro, retomando de nuevo la Historia de Salvación, de acuerdo
a su proyecto original.
Por eso Dios invita a Abraham a que deje su tierra, sus parientes y la
casa de su padre para irse a una tierra nueva, donde Dios hará de él un gran
pueblo, lo bendecirá y hará famoso su nombre, para que por Abraham sean
bendecidas todas las naciones de la tierra.
Cuando Abrahán dejo el país de
Ur, fue en el propio hecho de marcharse donde encontró a Dios; pero fue sin
duda más que eso, porque fue por Dios por quien se marchó. Como estaba en
sintonía con la voz de Dios, sobrevivió a lo que le había sido imposible
soportar. Una y otra vez su camino se ve obstaculizado, el camino se le tuerce,
las circunstancias son amenazadoras, las autoridades le ponen trabas, se queda
sin recursos... sin embargo, Abraham no se siente derrotado, ni por los
fracasos, ni por los cambios, ni por la desaprobación, ni por las dificultades
del camino. Porque ha hablado con Dios y Dios con él; sólo la voz de Dios es la
medida de su propósito y de su éxito.
Abraman es un ejemplo de
cómo el encuentro con Dios revoluciona la vida y se es capaz de revolucionar la
vida de los demás.
Jesucristo, el nuevo
Adán
Si
Adán no fue capaz de obedecer y de vencer la tentación, cuando llegó la
plenitud de los tiempos, Jesucristo, el nuevo Adán, nos enseña que es posible
obedecer y vencer la tentación, y conseguir así una vida plena, una vida de comunión
con Dios, con los demás hombres y con la creación entera.
En
Jesucristo, Dios, de quien nos hemos alejado, viene a nosotros y nos tiende la
mano con amor. En Él, la armonía perdida puede reanudarse.
Jesucristo
realiza exactamente el itinerario inverso del que hizo Adán: así como Adán no
reconoce que es creatura y quiere ponerse en el lugar de Dios, Jesús está en
una relación filial perfecta con el Padre, se convierte en siervo, recorre el
camino del amor humillándose hasta la muerte de cruz, para volver a poner en orden
las relaciones con Dios.
Si
con frecuencia seguimos los pasos de Adán y Eva: camino de sospecha, de
desobediencia, de mentira y de destrucción, el tiempo de Cuaresma se nos
presenta como oportunidad para recorrer el camino de Jesucristo: camino de fe,
de verdad, de obediencia, de humildad y de comunión.
Publicado en Vallarta Opina, 9 de marzo 2014.
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