lunes, 4 de agosto de 2014

La Samaritana: signo de una humanidad sedienta de Dios


La misión de Jesús de Nazaret es universal. Si en los inicios de su vida pública pareciera que los judíos eran los únicos destinatarios de su mensaje, escenas como el encuentro de Jesús con la samaritana nos muestran que la salvación de Dios es para todos.

Jesús y la Samaritana
La mujer samaritana entra en escena en el capítulo 4 del Evangelio de Juan. Ahí se narra con detalle que Jesús, cuando iba de camino a Galilea, llegó a una ciudad de la región de Samaría llamada Sicar, donde se encontraba el pozo de Jacob. Y mientras Jesús descansaba en el brocal del pozo llegó una mujer de la región a sacar agua. Jesús le pidió de beber y ella se mostró extrañada, pues era inconcebible que un judío entrara en relación con un samaritano. De esta manera, el pozo de Jacob se convierte en un lugar de encuentro con el Hijo de Dios, donde se desarrolla un diálogo que presenta a Jesús como el verdadero manantial de un agua que sacia para siempre.

Judíos y samaritanos: enemistad histórica
Samaria era la capital del Reino del norte. Fue construida entre el 885 y el 874 a.C., pero en el año 722 cayó en manos de los asirios, iniciando así una historia de enemistad entre  judíos y samaritanos. Esta rivalidad fue creciendo cuando esa región fue conquistada por otros imperios, entre los que destacan los persas y los romanos.
Los judíos desconocieron a los samaritanos como israelitas, pues a lo largo de su historia asumieron cultos y tendencias religiosas de los pueblos invasores y de los cananeos de alrededor.
Los samaritanos se vieron en la necesidad de construir un templo sobre el monte Garizim para adorar Yahvé, pero el templo y la ciudad de Samaria fueron destruidos en el año 108 a.C. por el rey Hircano, rey de Jerusalén, y este acto marcó la ruptura definitiva entre judíos y samaritanos. Por eso en tiempos de Jesús los samaritanos aparecen como enemigos de los judíos.

Jesús: un judío sin fronteras
Pero Jesús rompe las barreras de los judíos, que estaban encerrados en su ley, y expande su misión también a los samaritanos, que están representados por esa mujer que aparece en el Evangelio.
Si bien el texto bíblico la presenta como una persona concreta, la samaritana es símbolo de todos los que están perdidos y buscan a Dios. Es símbolo de la humanidad de todos los tiempos. Es la primera de todos aquellos que están al margen de Jerusalén, pero que también necesitan ser salvados.

Manantial de vida eterna
En el encuentro de Jesús con la Samaritana destaca el símbolo del agua, que interpretado a la luz de la resurrección claramente hace alusión al sacramento del Bautismo, manantial de vida nueva que nos transforma en hijos de Dios.
De hecho, en la antigüedad, este texto formaba parte de la preparación que recibían los adultos que se bautizaban la noche del Sábado Santo, durante la Vigilia Pascual. Esta agua representa al Espíritu Santo, el Don por excelencia que Jesús vino a traer de parte de Dios Padre.

Un mundo sediento de Dios
En la actualidad, como en tiempos de Jesús, el mundo está sediento de Dios, aunque no quiera reconocerlo. Hoy, como la samaritana, no hay hombre o mujer que en su vida no se encuentre junto a un pozo con un cántaro vacío, con la esperanza de saciar el deseo más profundo del corazón, aquel que sólo puede dar sentido pleno a la existencia.
Existen muchos pozos que intentan saciar la sed del hombre, pero muchas veces están llenos de aguas contaminadas.

Por eso como Jesús, en el pozo de Jacob, la Iglesia siente el deber de sentarse junto a los hombres y mujeres de su tiempo para hacer presente al Señor en sus vidas, de modo que puedan encontrarlo, porque sólo su Espíritu es el agua que da la vida verdadera y eterna.
Publicado en Vallarta Opina, Marzo 24 2014

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