La misión de Jesús de Nazaret es universal. Si en los inicios de
su vida pública pareciera que los judíos eran los únicos destinatarios de su
mensaje, escenas como el encuentro de Jesús con la samaritana nos muestran que
la salvación de Dios es para todos.
Jesús y la Samaritana
La mujer samaritana entra en escena en el capítulo 4 del Evangelio
de Juan. Ahí se narra con detalle que Jesús,
cuando iba de camino a Galilea, llegó a una ciudad de la región de Samaría
llamada Sicar, donde se encontraba el pozo de Jacob. Y mientras Jesús descansaba
en el brocal del pozo llegó una mujer de la región a sacar agua. Jesús le pidió
de beber y ella se mostró extrañada, pues era inconcebible que un judío entrara
en relación con un samaritano. De esta manera, el pozo de Jacob se convierte en
un lugar de encuentro con el Hijo de Dios, donde se desarrolla un diálogo que
presenta a Jesús como el verdadero manantial de un agua que sacia para siempre.
Judíos y samaritanos: enemistad histórica
Samaria era
la capital del Reino del norte. Fue construida entre el 885 y el 874 a.C., pero
en el año 722 cayó en manos de los asirios, iniciando así una historia de
enemistad entre judíos y samaritanos.
Esta rivalidad fue creciendo cuando esa región fue conquistada por otros
imperios, entre los que destacan los persas y los romanos.
Los judíos
desconocieron a los samaritanos como israelitas, pues a lo largo de su historia
asumieron cultos y tendencias religiosas de los pueblos invasores y de los
cananeos de alrededor.
Los
samaritanos se vieron en la necesidad de construir un templo sobre el monte
Garizim para adorar Yahvé, pero el templo y la ciudad de Samaria fueron
destruidos en el año 108 a.C. por el rey Hircano, rey de Jerusalén, y este acto
marcó la ruptura definitiva entre judíos y samaritanos. Por eso en tiempos de
Jesús los samaritanos aparecen como enemigos de los judíos.
Jesús: un judío sin fronteras
Pero Jesús
rompe las barreras de los judíos, que estaban encerrados en su ley, y expande
su misión también a los samaritanos, que están representados por esa mujer que
aparece en el Evangelio.
Si bien el
texto bíblico la presenta como una persona concreta, la samaritana es símbolo
de todos los que están perdidos y buscan a Dios. Es símbolo de la humanidad de
todos los tiempos. Es la primera de todos aquellos que están al margen de
Jerusalén, pero que también necesitan ser salvados.
Manantial de vida eterna
En el encuentro
de Jesús con la Samaritana destaca el símbolo del agua, que interpretado a la
luz de la resurrección claramente hace alusión al sacramento del Bautismo,
manantial de vida nueva que nos transforma en hijos de Dios.
De hecho, en la
antigüedad, este texto formaba parte de la preparación que recibían los adultos
que se bautizaban la noche del Sábado Santo, durante la Vigilia Pascual. Esta
agua representa al Espíritu Santo, el Don por excelencia que Jesús vino a traer
de parte de Dios Padre.
Un mundo sediento de Dios
En
la actualidad, como en tiempos de Jesús, el mundo está sediento de Dios, aunque
no quiera reconocerlo. Hoy, como la samaritana, no hay hombre o mujer que en su
vida no se encuentre junto a un pozo con un cántaro vacío, con la esperanza de
saciar el deseo más profundo del corazón, aquel que sólo puede dar sentido
pleno a la existencia.
Existen
muchos pozos que intentan saciar la sed del hombre, pero muchas veces están
llenos de aguas contaminadas.
Por
eso como Jesús, en el pozo de Jacob, la Iglesia siente el deber de sentarse
junto a los hombres y mujeres de su tiempo para hacer presente al Señor en sus
vidas, de modo que puedan encontrarlo, porque sólo su Espíritu es el agua que
da la vida verdadera y eterna.
Publicado en Vallarta Opina, Marzo 24 2014
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