lunes, 4 de agosto de 2014

Jesús sana a un ciego de nacimiento


Jesús es la luz del mundo. Su presencia entre los hombres, su estilo de vida y su predicación son una luz que resplandece en el camino del ser humano.

Oportunidad para contemplar la acción de Dios
El capítulo 9 del Evangelio de Juan narra un acontecimiento que suscita la admiración de los judíos. Jesús va de camino cuando se encuentra con un hombre que era ciego desde su nacimiento.
Al verlo, los discípulos preguntaron: “Maestro, ¿quién pecó para que este hombre naciera ciego? ¿él o sus padres?”. La pregunta suena lógica en una cultura donde enfermedades como la ceguera eran consideradas como un castigo divino.
Pero para Jesús la realidad es distinta. Ante el hombre marcado por su limitación y por el sufrimiento, Jesús no piensa en posibles culpas, sino en la voluntad de Dios, que ha creado al hombre para la vida. Y aprovecha la ocasión para poner en claro las cosas: “ni él ni sus padres. Nació así para que se manifestara la obra de Dios”.

Jesús hace nuevas todas las cosas
De frente a una necesidad concreta Jesús no se queda de brazos cruzados. El Evangelio continúa diciendo que Jesús escupió en la tierra e hizo barro con su saliva. Lo untó en los ojos del ciego y le indicó que fuera a lavarse a una piscina cercana llamada Siloé –que significa enviado–. El ciego escuchó, creyó e hizo lo que Jesús le indicó que hiciera. Y se realizó el milagro: el hombre empezó a ver.
Los detalles de la curación hacen alusión al libro del Génesis. En el primer libro de la Biblia está escrito que Dios creó al ser humano de la tierra. Por eso el texto del Evangelio que estamos reflexionando nos hace testigos de una nueva creación. Jesús es el enviado del Padre; y ha venido para re-crear al ser humano, para hacerlo nuevo, pues a lo largo de la historia el hombre se ha apartado del proyecto original de Dios.

Los otros ciegos del Evangelio
Si la curación de este hombre fue causa de admiración para muchos, para los fariseos fue motivo de escándalo, pues la sanación se llevó a cabo durante el sábado.
Los fariseos eran un grupo religioso que llevaban al extremo lo que mandaba la Ley. Y lo relacionado con el sábado se había convertido ya en algo insoportable. Pues si en el origen este precepto se inspiraba en el día en que Dios descansó después de crear el universo, para los tiempos de Jesús las prohibiciones eran extremas; por ejemplo, estaba prohibido cocinar en sábado, encender un fuego, recoger leña, cosechar algunos granos y hasta ayudar a un animal o a un ser humano en peligro.
Por eso, los fariseos eran los verdaderos ciegos. Su ideología y su tradicionalismo obsesivo no les permitía contemplar la acción de Dios en los gestos realizados por Jesús.

Jesucristo,  luz del mundo
El ciego del evangelio no tiene nombre. De este modo se convierte en figura del ser humano de todos los tiempos que por alguna razón está privado de su condición humana. Es figura de los que nunca han podido –o nunca no han querido– saber lo que pueden llegar a ser. Por eso, delante de él, Jesús aparece como un espejo.
Jesús es el “modelo del ser humano” que Dios diseñó desde el principio. Jesús es el hombre en plenitud.
Hoy la ceguera existe. Y se manifiesta cuando se adoptan las mismas posturas de los fariseos: cerrazón, necedad, legalismo que oprime, falsa concepción de Dios, juicios dramáticos y sin sentido.

Es cuando más se necesita asumir las actitudes del ciego del Evangelio: escuchar, creer y poner en práctica las palabras de Jesús, palabras que resuenan mucho más fuerte durante el tiempo de Cuaresma.
Publicado en Vallarta Opina, Marzo 31 2014

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