Jesús es la luz del mundo. Su presencia
entre los hombres, su estilo de vida y su predicación son una luz que
resplandece en el camino del ser humano.
Oportunidad
para contemplar la acción de Dios
El capítulo 9 del Evangelio de Juan narra un
acontecimiento que suscita la admiración de los judíos. Jesús va de camino cuando
se encuentra con un hombre que era ciego desde su nacimiento.
Al verlo, los discípulos preguntaron: “Maestro, ¿quién pecó para que este hombre
naciera ciego? ¿él o sus padres?”. La pregunta suena lógica en una cultura
donde enfermedades como la ceguera eran consideradas como un castigo divino.
Pero para Jesús la realidad es distinta. Ante el hombre
marcado por su limitación y por el sufrimiento, Jesús no piensa en posibles
culpas, sino en la voluntad de Dios, que ha creado al hombre para la vida. Y aprovecha la ocasión para poner en claro las cosas: “ni él ni sus padres. Nació así para que se
manifestara la obra de Dios”.
Jesús
hace nuevas todas las cosas
De frente a una necesidad concreta Jesús no
se queda de brazos cruzados. El Evangelio continúa diciendo que Jesús escupió
en la tierra e hizo barro con su saliva. Lo untó en los ojos del ciego y le
indicó que fuera a lavarse a una piscina cercana llamada Siloé –que significa enviado–. El ciego escuchó, creyó e hizo lo
que Jesús le indicó que hiciera. Y se realizó el milagro: el hombre empezó a
ver.
Los detalles de la curación hacen alusión
al libro del Génesis. En el primer libro de la Biblia está escrito que Dios
creó al ser humano de la tierra. Por eso el texto del Evangelio que estamos
reflexionando nos hace testigos de una nueva creación. Jesús es el enviado del
Padre; y ha venido para re-crear al ser humano, para hacerlo nuevo, pues a lo
largo de la historia el hombre se ha apartado del proyecto original de Dios.
Los
otros ciegos del Evangelio
Si la curación de este hombre fue causa de
admiración para muchos, para los fariseos fue motivo de escándalo, pues la sanación
se llevó a cabo durante el sábado.
Los fariseos eran un grupo religioso que
llevaban al extremo lo que mandaba la Ley. Y lo relacionado con el sábado se
había convertido ya en algo insoportable. Pues si en el origen este precepto se
inspiraba en el día en que Dios descansó después de crear el universo, para los
tiempos de Jesús las prohibiciones eran extremas; por ejemplo, estaba prohibido
cocinar en sábado, encender un fuego, recoger leña, cosechar algunos granos y
hasta ayudar a un animal o a un ser humano en peligro.
Por eso, los fariseos eran los verdaderos
ciegos. Su ideología y su tradicionalismo obsesivo no les permitía contemplar
la acción de Dios en los gestos realizados por Jesús.
Jesucristo,
luz del mundo
El ciego del evangelio no tiene nombre. De
este modo se convierte en figura del ser humano de todos los tiempos que por
alguna razón está privado de su condición humana. Es figura de los que nunca
han podido –o nunca no han querido– saber lo que pueden llegar a ser. Por eso,
delante de él, Jesús aparece como un espejo.
Jesús es el “modelo del ser humano” que
Dios diseñó desde el principio. Jesús es el hombre en plenitud.
Hoy la ceguera existe. Y se manifiesta cuando
se adoptan las mismas posturas de los fariseos: cerrazón, necedad, legalismo
que oprime, falsa concepción de Dios, juicios dramáticos y sin sentido.
Es cuando más se necesita asumir las
actitudes del ciego del Evangelio: escuchar, creer y poner en práctica las
palabras de Jesús, palabras que resuenan mucho más fuerte durante el tiempo de
Cuaresma.
Publicado en Vallarta Opina, Marzo 31 2014
No hay comentarios:
Publicar un comentario