lunes, 4 de agosto de 2014

Para Dios no hay nada imposible. Santa Isabel es un ejemplo de ello.


Con frecuencia la oración del creyente se reduce a pedir a Dios por las propias necesidades. Y también, con mucha frecuencia, algunos creyentes se decepcionan porque Dios no les concede de inmediato lo que piden en la oración.
Isabel es una mujer judía que verdaderamente sabía orar. Tenía la certeza de que Dios escuchaba sus súplicas, aunque no le concediera al instante lo que pedía en la oración.
Estaba casada con Zacarías, era de edad avanzada y la llamaban estéril. El Evangelio de Lucas la presenta como una mujer justa que conducía su vida de acuerdo a los mandamientos. Y fue en la ancianidad cuando Dios, para quien no hay nada imposible, le concedió lo que por mucho tiempo había pedido en oración: la llegada de un hijo.
De hecho, aunque no está escrito en la Biblia, el nombre Isabel significa Juramento de Dios. Y tiene sentido porque Isabel, junto con su esposo Zacarías, es testigo de cómo Dios empieza a cumplir en ellos lo que por mucho tiempo había prometido, o jurado, al pueblo de Israel en el Antiguo Testamento.
Con ellos, la espera ha terminado. Pues su hijo Juan, a quien todos conocemos como el bautista, será el encargado de prepararle el camino al Mesías y de señalarlo después en medio de su pueblo.
El cristiano de hoy ha de aprender a orar con la confianza puesta en Dios, con la certeza de que Él siempre escucha las súplicas de sus hijos, aunque los frutos no sean inmediatos.

Como Isabel, hay que evitar la desesperación. Más bien hay que mantenerse firmes y ser perseverantes. En la oración hay que pedir, buscar y tocar la puerta. Jesús ha enseñado que el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama a la puerta, se le abrirá. ¿O es que para Dios habrá algo imposible?
Publicado en Vallarta Opina, Junio 2 2014

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