Con frecuencia la oración del creyente se
reduce a pedir a Dios por las propias necesidades. Y también, con mucha
frecuencia, algunos creyentes se decepcionan porque Dios no les concede de
inmediato lo que piden en la oración.
Isabel es una mujer judía que
verdaderamente sabía orar. Tenía la certeza de que Dios escuchaba sus súplicas,
aunque no le concediera al instante lo que pedía en la oración.
Estaba casada con Zacarías, era de edad
avanzada y la llamaban estéril. El Evangelio de Lucas la presenta como una
mujer justa que conducía su vida de acuerdo a los mandamientos. Y fue en la
ancianidad cuando Dios, para quien no hay nada imposible, le concedió lo que
por mucho tiempo había pedido en oración: la llegada de un hijo.
De hecho, aunque no está escrito en la
Biblia, el nombre Isabel significa Juramento
de Dios. Y tiene sentido porque Isabel, junto con su esposo Zacarías, es
testigo de cómo Dios empieza a cumplir en ellos lo que por mucho tiempo había
prometido, o jurado, al pueblo de Israel en el Antiguo Testamento.
Con ellos, la espera ha terminado. Pues su hijo Juan, a quien todos conocemos
como el bautista, será el encargado
de prepararle el camino al Mesías y de señalarlo después en medio de su pueblo.
El cristiano de hoy ha de aprender a orar con la confianza puesta en Dios,
con la certeza de que Él siempre escucha las súplicas de sus hijos, aunque los
frutos no sean inmediatos.
Como Isabel, hay que evitar la desesperación. Más bien hay que mantenerse
firmes y ser perseverantes. En la oración hay que pedir, buscar y tocar la
puerta. Jesús ha enseñado que el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y
al que llama a la puerta, se le abrirá. ¿O es que para Dios habrá algo
imposible?
Publicado en Vallarta Opina, Junio 2 2014
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