El dolor y el sufrimiento forman parte
de la existencia humana. Las dificultades, la enfermedad y la muerte están incluidos
en el don de la vida. Y por eso hay que asumirlos, aunque enfrentarlos muchas
veces cause dolor y tristeza.
Pero esto no se comprende de forma
inmediata. En ocasiones es necesario el tiempo, la cercanía de las personas con
las que se comparte la vida y, por supuesto, la fe.
Los discípulos de Jesús también pasaron
por esta experiencia. Y su actitud ante la crucifixión y muerte de Cristo es
una muestra de ello.
LOS
DISCÍPULOS DE EMAÚS
Después del drama de la cruz, algunos de sus discípulos se
encerraron por miedo a los judíos; otros, como Tomás, trataban de entender el
acontecimiento en la soledad y esperaban pruebas tangibles para creer que Jesús
había resucitado; y otros más caminaban sin rumbo fijo invadidos por la
tristeza. Los discípulos de Emaús pertenecen al tercer grupo.
El Evangelio de Lucas narra la experiencia de dos seguidores
de Jesús que el día siguiente al sábado –es decir, el tercer día de su muerte–
tristes y abatidos dejaron Jerusalén para dirigirse a una aldea llamada Emaús.
A lo largo del camino se les unió Jesús resucitado, pero
ellos no lo reconocieron. Lo habían seguido y habían puesto su confianza en Él.
Pero no supieron interpretar su muerte y permitieron que la tristeza provocara
el desánimo, la duda y la decepción.
Luego se estableció un diálogo entre estos caminantes y aquel
desconocido. Le manifestaron su desilusión y Jesús, basándose en las
Escrituras, les explicó que el Mesías debía padecer y morir para entrar en su
gloria.
Después, entró con ellos en casa, se sentó a la mesa,
bendijo el pan y lo partió. Fue cuando lo reconocieron, pero Jesús desapareció
de su vista dejándolos asombrados ante aquel pan partido, que a partir de
entonces se convirtió en el nuevo signo de su presencia.
EMAÚS ES EL CAMINO DEL
SER HUMANO
Emaús no es solamente un lugar geográfico ubicado en
Tierra Santa. Emaús representa todos los lugares. Es el camino de la vida del
ser humano, donde Jesús resucitado se hace compañero de viaje para reavivar en el
corazón el calor de la fe y de la esperanza.
También hoy es posible entrar en diálogo con Jesús
escuchando su Palabra. Y también hoy Él parte el pan y se entrega a sí mismo
como alimento.
Los católicos pueden ver en este pasaje la estructura
básica de la Eucaristía –o comúnmente llamada Misa–, en la que primero se
escucha la Palabra de Dios a través de las sagradas Escrituras y después se
participa en el banquete, donde el alimento es el cuerpo y la sangre de Cristo,
realmente presente en el pan y vino consagrados.
LAS
CRISIS SE SUPERAN EN COMUNIDAD
El sufrimiento, la desorientación y la
desilusión no son exclusivos de los discípulos de Emaús. Son realidades
frecuentes en la situación actual.
Se experimenta, por ejemplo, ante las
crisis económicas, morales y educativas. Y los creyentes, en lugar de
resignarse, de huir, o de mirarlas con pesimismo, han de buscar caminos
esperanzadores que abran nuevos horizontes a la sociedad.
Es cierto que las crisis comportan fatiga
y sufrimiento, pero también son la oportunidad para renovarse.
En el pasaje del Evangelio, el diálogo
entre Jesús y los discípulos de Emaús reenciende la esperanza y renueva el
camino de su vida, llevándolos finalmente a compartir: lo reconocieron al partir
el pan. Es cuando Jesús les recuerda –de forma simbólica– que la comunidad,
donde se comparte la vida, es el mejor lugar y la mejor manera de enfrentar las
crisis y de buscar soluciones.
Publicado en Vallarta Opina, Junio 23 2014
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